Óscar Sánchez Vadillo
Nadie ignora que la chavalada-bro se comporta de modo muy distinto en su santa casa y en su centro educativo (algunos profesores, por cierto, también). Esa observación tan elemental ha sido pasada por alto durante generaciones, cuando es la clave, la cifra para solucionar de una vez por todas el estrago del fracaso escolar, además de, como veremos, reducir en no pequeña medida el problema endémico de la política española. Dos pájaros de un tiro, como pretendió Johnatan Swift a la sazón. El o la discente sufre dificultades de atención, o desarreglos en su conducta en el aula porque se siente emancipado de sus padres durante esa franja de la jornada, aunque sea dolorosamente consciente de que en cualquier momento la institución puede recurrir a su familia como correctivo de su mala praxis como estudiante. El remedio, por tanto, a tanta calamidad brilla como el sol: basta con que el mozo o la moza o el moze acudan al instituto acompañados de alguno de sus familiares, a ser posible los más malhumorados y rudos. Naturalmente, no todos los alumnos, alumnas y alumnes van a disponer de al menos un progenitor libre todo el largo lapso de la mañana, pero en las familias favorecidas por la fortuna siempre se puede recurrir a una sirvienta o sirviente, y en las familias con menos suerte a tíos, abuelos u otros familiares liberados o en paro. Desde luego, tales auxiliares del estudiante contarán con plenos poderes para surtir de educativos capones al titular de la matrícula, amén de ayudarle a portar la pesada mochila (no hay derecho a eso, dicho sea de paso), evitar que se alimente de perniciosas chucherías o que tire de vaper de colores y ponerle fuera del alcance de los matones de turno -al tiempo que ellos mismos se ponen fuera del alcance de los auxiliares adultos de los restantes discentes. De implementarse esta reforma, no sólo devendrían innecesarios el departamento de Orientación, las medidas punitivas, las jefaturas de estudios y las verjas en el perímetro del inmueble escolar, sino que España, por primera vez en su historia, escalaría hasta la cima de la gloria en las baremaciones anuales del Informe Pisa.
Pero es que eso no es todo. Por su parte, los familiares auxiliares contarían, de llevarse a obra esta ingeniosa propuesta, con una segunda oportunidad de aprender todo aquello que o bien nunca aprendieron o bien olvidaron ya en el curso de sus azacaneadas vidas. Imaginemos un futuro en que la población española introdujese su voto en la urna teniendo frescas Historia de España, Filosofía o Biología: adiós al racismo, a la nostalgia y a los bulos. La casta docente, a todo esto, aumentaría considerablemente su nivel de contento, y hasta puede que se decidieran a abandonar el método memorístico y la actitud intransigente, llegando incluso a renovar el interés por su materia hasta el punto de volver a interesarse por los últimos avances en la misma.
Todos ganaríamos, pues, con este cambio, sin que las comunidades autónomas tengan que gastar un solo euro (el cantinero o cantinera vería doblados sus ingresos). No hay ni un minuto que perder para crear un lobby que promueva esta iniciativa, y aquí paz y después gloria….
Sea.
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