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Mas atajos filosóficos...



Óscar Sánchez Vadillo


140- Leí en alguna parte esta anécdota que se me antoja apócrifa: paseaba Schopenhauer con su mujer por un parque de una ciudad de cuyo nombre no puedo acordarme cuando reconoció a distancia la figura esbelta pero cojitranca de Lord Byron, aquel hombre sobre el que poco antes había escrito que representaba, junto con Leopardi y él mismo, el máximo exponente del pesimismo -y, por tanto, de la Verdad- en Europa. Impulsivamente, como corresponde a los procesos de la Voluntad, quiso acercarse a saludarle, conocerle y acaso exponerle lo mucho que tenían en común, mas al pronto se dio cuenta de la cantidad de muchachas que rodeaban al célebre poeta, célebre entre otras cosas por mujeriego, inmoral y sodomita. De modo que Arthur, como corresponde a los procesos de la Razón, se serenó, cogió a su mujer por el brazo y tomo la dirección contraria, perdiendo así la que tal vez fuera su única oportunidad de tratar con alguien vivo a quien pudiese admirar tanto al menos como a sí mismo. Es decir, que permitió que unos hipotéticos celos sazonados con un prurito de orgullo viril triunfasen sobre su habitual misoginia y unas ocasionales ganas de comunicarse con el prójimo. Vanitas vanitatum etc.





141- (Firmamento) Desde el campo, como se sabe, sí que se distinguen las estrellas, pero te entra tal sueño que consultas el Misterio con la almohada. Estamos ensayando el primer modelo de civilización histórica que descansa sobre la constatación de que el cielo no es estable, sino que se trata más bien como de una suerte de discoteca galáctica, pero, como digo, eso no nos quita el sueño. Porque subrayar machaconamente que hasta los cuerpos celestes tienen los días contados, y que, a su escala, brillan durante un parpadeo y se extinguen es tan absurdo como cuando se insiste sobre eso mismo acerca del tiempo de la existencia humana. Y es que, por supuesto, hay escalas, pero en referencia al paso de nuestras generaciones, y en la medida en que las recordamos, y no respecto a la duración del cosmos, que es literalmente incalculable y por tanto ni mucha ni poca ni todo lo contrario. De manera que ¿por qué no?: el nombre de “firmamento”, por los grandes periodos a los que alude, nos sigue valiendo hoy igual que cuando hace siglos o milenios los ancestros dormían pensando que al menos había algo que jamás cambiaba, y que mientras que en este bajo mundo todo es mudadizo e imprevisible, allí arriba esas luces nos contemplaban ociosas apoyando su cabeza en la eternidad. Puede que algún día el cielo caiga sobre nosotros, como temían los irreductibles galos, pero es mucho más posible que para entonces ya no estemos aquí echados cuerpo a tierra.





142- (Memorias de Adriano) ¿Una de romanos? No en el sentido crisitanizante de Sienkiewicz, pero tampoco en el pagano erudito de Graves. Apenas poco más de doscientas páginas que cuesta tumbar; densas, espesas, como cruzar un río de leche merengada. Centrado en un personaje singular (a saber en quién estaría pensando Yourcenar durante la segunda guerra mundial, sea como analogía o como antítesis) de máximo rango en todos los aspectos de su rebosante vida -un hombre del Renacimiento avant la lettre-, ni resulta tan romántico como el Alejandro de Mary Renault, ni tampoco tan clásico como lo pretende la autora, pese a los numerosos y formidables pasajes consagrados al espíritu griego. Algunos guiños hacia nuestro presente quieren hacer de él “un hombre para la eternidad”, pero de este mundo, no como en la película sobre la vida de Tomás Moro. Hay que ponerse, hay que terminarlo y hay que olvidarse de lo que me han contado después, y que apunto para la reflexión fugaz de cada uno: resulta que, por lo visto, Flipe González decrétolo como su libro favorito, lo cual hizo que se vendiera como rosquillas cuando llegó a España veinticinco años después de su publicación. Pregunta inevitable... ¡¡¿Creéis que se vería a sí mismo así, incluso tan solo como ideal?!!






143- (Estúpidas encuestas) No me refiero a las encuestas expresa y específicamente estúpidas -ya sabéis a lo que me refiero-, sino a todas las estúpidas encuestas que nos jibarizan todavía un poco más. Es indigno participar de cualquiera de ellas, a menos que sean bien remuneradas. En las universidades más accesibles y hueras preparan a los licenciados para espías: así, el psicólogo es un espía de nuestra intimidad, el sociólogo un espía de nuestra publicidad y el antropólogo un espía de la intimidad y publicidad de otros (por no hablar del filósofo, que espía lo invisible en el curso de los tiempos, o del pedagogo, que espía especializadamente en pedófilo). Sentado esto, siempre se puede argüir que tales espionajes legales son necesarios en la sociedad de masas, e incluso buenos para tenerlas adecuadamente satisfechas. Resulta difícil discutir este punto, puesto que depende de una premisa práctica: que somos masa porque no hay otro remedio que formarnos como masa. Pero quizá existan otras alternativas de organización de las (super)poblaciones. En cualquier caso, empresas enteras recaudan dinero con unas encuestas a las que no tenemos por qué responder, ni sincera ni insinceramente, y pobres pringaos malviven de atacarnos por la calle con sus consultas, raramente siendo capaces de explicitarnos con qué fines. Que se busquen un trabajo de verdad, hombre, o que la armen si es preciso...






144- (Deconstruyendo a Darwin -los enigmas de la evolución a la luz de la nueva genética, Javier Sampedro) Uno lo ve en una librería y se piensa que es un libro de bolsillo más. Te lo llevas a casa para estar al corriente de las efemérides darwinianas y pronto la divulgación se desgarra en asombro, y el asombro no cesa. Sampedro no sólo es un experto, también piensa, y por ello no desluce el microcosmos de las maravillas naturales desenrrollándolo ante el lector como una vulgata dogmática, sino que va indicándolo como en una pesquisa detectivesca, paso a paso y golpe a golpe, sin escamotear ninguna de sus posibles bifurcaciones. Los pasos y los golpes son las abundantes pruebas que las últimas décadas han aportado de que la biología se ha sacudido ya el inhabilitante complejo de ser la pariente rezagada de la física, para sustituirla seguramente en el trono a no tardar demasiado diga lo que diga -y por lo que dijo como lo dijo- el Stephen Hawking en sus últimas publicaciones. Y las bifurcaciones que apunta honestamente y con rigor el autor definen a la ciencia misma, que jamás ha progresado remachando certezas indiscutibles. En este caso, es gracias a los prodigiosos avances de la genética contemporánea que el autor nos persuade de que el corsé darwinista se afloja -”gradualmente”, por supuesto-, puesto que resulta cada vez más innegable que la ciencia biológica aplica esquemas de explicación más flexibles, que el obstinado mecanicismo empobrecedor no le calza bien y, sobre todo, que sus hallazgos -sean conjeturales o sean estadísticos- son mayores y mejores que los de la Física y sus secuaces. Merece, pues, cercano seguimiento, y más en este, puesto que nunca nadie se había divertido tanto redescubriendo los secretos de la vida (tanto, tanto, que hasta se atreve a lanzar ideas propias además de nomenclaturas jocosas).

Y los libros mismos están para cosas así, no únicamente para poetizar los amores del tendero con la modistilla -o del informático con la diseñadora, tanto da.






145- Salgo del supermercado Día y la puerta acristalada me despide con un “Gracias por tu visita”. Natural: si compras allí, no pretenderás que te traten de usted. A mí no me importa: a mis sesenta y menos, que diría un coqueto Sabina, todavía me llaman “chico”... Pero en la estricta Alemania, por ejemplo, la mayor parte de las veces los verbos se conjugan habitualmente en “usted”, excepto intimidades muy consolidadas o familiares, y en inglés el asunto es todavía más ambiguo: “You” siempre significa “usted” o “ustedes”, independientemente del uso que se le dé hoy y que ignoro (de hecho, el criterio utilizado por los dobladores al castellano del cine dorado hollywoodiense consistía en dejar a los personajes tratarse de usted hasta que se daban el primer beso). En cualquier caso, lo que es seguro es que el sistema de relaciones que vivimos en el siglo XXI viene determinado por la publicidad, que cada vez tiende más a intentar establecer un contacto personal con el cliente, lo cual impone el tuteo. O sea, que todos somos amiguetes en las sociedades avanzadas, y sólo los curritos llevan corbata, mientras que los jefes van de sport. Nuestros compatriotas latinos, sin embargo, no se han acostumbrado aún, o tampoco del todo los andaluces -sobre todo los niños-, y en ello creemos detectar un indicio de atraso ¿Por qué demonios -y esa es mi pregunta?






146- (Los Claudios de Robert Graves) Tiempos brutales los de la Roma augusta, pero de una crueldad y rudeza descarnadas, festejadas y expuesta sin gazmoñerías a la luz del tibio sol de marzo; mujeres-esclavas y mujeres-lobas, en una duplicidad sin tensiones internas, asumida sin temblores y peligrosa como un vicio; la alta política como una baja pasión, deseada por los mejores y gozada por los peores -sólo César era César-, una cucaña fabricada de gloria y untada en sangre; y la Historia, un río desbocado despeñándose entre las colinas de la urbe, impávidos dioses que se cansaron, cierto día, de jugarse a las tabas de los muertos la suerte de los vivos...

Robert Graves, que se decía incapaz para la ficción, lo fue en realidad para el melodrama, y así en sus dos Claudios lo que se destila entre millares de incidentes es más bien un sentido de Estado, el imperial antiguo heredero de Grecia, que hacen de ellas unas novelas verdaderamente históricas, en el otro sentido de la palabra, hechas para leer y releer cuando los booms editoriales de novela histórica convencional nos llenen de hastío...





147- (El último deseo) ¿Por qué sólo para los condenados a muerte? ¿Es que no lo somos todos finalmente, dicen? Debería poder institucionalizarse "el último deseo" d todo hombre, si no por medios estatales, que están entrampados hasta las orejas por los jetas globales, al menos mediante una especie de seguro cuya póliza se regulase en los mismos términos que las existentes, pero que se haga enteramente efectiva en vida. Es decir, no vale ponerse en riesgo artificialmente antes de tiempo para acceder al premio, aunque tampoco esperar hasta que el mortal esté con un pie en la tumba y no recuerde ni cómo se llama. Y con clausulas extra-parentales, no vaya a ser que lo deseado por Fulanito resulte ser familiarmente incorrecto... Hoy que el cigarrillo está perseguido, habrá que ser más ambiciosos a la hora de tramitar nuestro anhelado último deseo. Como Aldous Huxley, al que ayudaron a colocarse para afrontar el trance fatal. Cada cual que pida y pague en proporción. Que entre en juego la fantasía y una desinhibida alacridad postrera. Opino, en fin, que es una idea lo suficientemente estúpida como para que la lleve a televisión y me la compren para hacer un reality de esos…






148- Habrá quién opine que halloween es otra moda banal y consumista importada de EEUU, pero a mí me parece una estupenda apropiación de una subcultura ajena, divertida e inofensiva. Creo que fue viendo E.T. cuando nos enteramos de ella por primera vez en España, sin entenderla muy bien. Desde luego que no hay nada que entender profundamente: se disfraza uno de espantajo, se hace como que se ríe uno de las cosas que no tienen ni puta gracia, y al día siguiente es otro día cualquiera, de nuevo de paisano y de nuevo del lado de los asustados, ni más ni menos. Mientras, sin embargo, la otra dimensión de los espíritus toma las calles por una noche como debe ser, o sea, sin Iker Jiménez poniendo voz de que todo es muy grave y misterioso -la imaginación al poder, decían: aquí lo imaginario no sube, baja a la plaza pública. Y los espíritus, monstruos y cocos lo que tienen de bueno es que ya no sirven para nada, sólo para hacer el indio y echarse unas risas. ¿Que sí que sirven, porque exorcizan las angustias, doman las fobias, catartizan los miedos? Dejamos esas sesudas consideraciones a los especialistas, que tienen que ganarse la vida con algo.

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