Susan Sontag escribió novelas, cuentos y libros de ensayos como 'Contra la interpretación' y 'La enfermedad y sus metáforas'.
Benjamin Moser estaba de vacaciones en Río de Janeiro cuando recibió un correo electrónico: “Hemos revisado el trabajo de varios biógrafos y queremos que sea usted quien escriba la biografía de Susan Sontag”, le decían. Moser –nacido en Houston, Texas, en 1976– había hecho años atrás la que sin duda es la mejor biografía de la escritora Clarice Lispector.
En su cabeza no tenía la idea de empezar una tarea semejante. Sabía que era un reto asustador: “Tienes a todos encima: a la familia, a los amigos, a los ex, a las ex, a todos. La primera vez era un ingenuo total. La segunda, uno ya lo sabe. Pero con una persona como Sontag era muy difícil decir que no a la invitación”. El llamado venía del editor de la escritora estadounidense y de su hijo, David Rieff. Después de conocer el libro de Moser sobre Lispector pensaron que estaban ante el biógrafo ideal. Al final fueron siete años de trabajo y 573 personas entrevistadas para un resultado de ochocientas páginas que muestran como nunca antes el universo en el que Susan Sontag vivió y creó. El mes pasado, Moser recibió por esta biografía –Sontag. Her Life and Work– el Premio Pulitzer.
Tuvo acceso a archivos privados de Susan Sontag y a personas que nunca habían hablado en público sobre ella. ¿Cómo fue ese trabajo?
Su archivo está en la Universidad de California. Allá hay una parte que es pública y una privada, que tiene una reserva que me parece que es hasta cincuenta años después de su muerte. Yo tuve el privilegio de acceder a las dos partes. También el derecho de entrevistar a ciertas personas que no sé si hubieran hablado con otro porque siempre me preguntaban: “¿El hijo de Susan sabe que usted está haciendo esto?”. Les decía que sí. El problema es que como Susan fue una persona tan polémica –eso le gustaba: pensaba que era parte de su papel como intelectual– también tenía muchos enemigos. Y la autorización que recibí de la familia les dio a muchos la impresión de que yo estaba guiado, que estaba haciendo algo para una parte de la familia y no para la otra. Entre ellos hay divisiones. La hermana no habla con el hijo de Susan, por ejemplo. Es una cosa un poco sísmica. Pero yo no me puse de un lado ni de otro. El libro tiene mi nombre porque es mi libro. No es el libro de Susan Sontag, ni el de su hijo, o de la hermana o de la ex.
En la biografía se ve muy clara la influencia de su madre, una figura fundamental para ella...
Es cierto. Desafortunadamente Susan tuvo una madre que… Mira, la única persona que me habló bien de ella fue su peluquero –el que le dio a Susan la mecha blanca en el pelo–. A nadie le gustaba esa mujer. Eso me dio cierta pena porque ella había perdido a su madre muy joven, también a su marido. Había pasado por muchas cosas desagradables, se había puesto a beber y con eso creó una serie de infelicidades. Era muy devota de las apariencias, dependía de su físico, de la opinión ajena. Susan siempre estaba viendo cómo atraer la mirada de su madre, pero ella solo la veía cuando le daba la gana o cuando le convenía. Esa carencia fue algo que surgió y resurgió en todas las relaciones de Susan con mujeres. Fue una decepción con la que vivió.
Su inseguridad la humaniza bastante y hace más impresionante lo que alcanzó. Porque no fue por no tener las mismas inseguridades que todos tenemos, sino por haberlas superado.
Es llamativa la inseguridad que la acompañaba, sobre todo porque en público su imagen era siempre muy distinta... Eso decepcionó a mucha gente cuando publiqué el libro. Porque la imagen de Susan, tan fuerte, tan poderosa, tan sabia, tan imperial, como parecía ser, era muy diferente a como ella se sentía en su casa. Susan escribió como cien volúmenes de diarios y casi en cada página uno siente esa inseguridad. Nadie lo esperaba de una mujer así. Pero para mí alguien fuerte –como se piensa que era ella– es un estereotipo. Ninguna persona es así las veinticuatro horas del día. Eso la humaniza bastante y hace más impresionante lo que alcanzó. Porque no fue por no tener las mismas inseguridades que todos tenemos. Sino por haberlas superado. Y cómo lo hizo es un poco la historia del libro. ¿Qué sensación le quedaba a usted al estar frente a esos diarios tan personales? Los archivos me daban una melancolía terrible. Estar en la cabeza de alguien de esa manera es muy difícil. Susan empezó a escribir los diarios a los 12 o 13 años y siguió hasta su muerte. Me pesaba ver a esa persona luchando de la forma como lo hacía. Porque uno se da cuenta de que, por ejemplo, a los 25 años estaba obsesionada con una mujer y yo sabía que esa relación iba a acabar muy mal. Porque estaba leyendo el otro lado de la historia, ya había visto qué había pasado con esa chica. Sentía la energía que invertía en su vida personal, como todos lo hacemos, con nuestras familias, nuestros amigos, nuestros amantes, con la carrera, el dinero. Muchas tardes, cuando terminaba mi jornada y cerraba los archivos, salía a la luz y sentía como si mi vida no hubiera existido ese día. Y tenía una tristeza que no sé cómo explicártela. Además, uno debe andar con mucho cuidado. La responsabilidad de tener esa información es grande. Con frecuencia me preguntaba: si fuera yo, ¿quisiera que alguien que no me conoce, a quien no conozco, se ponga en mi e-mail, en mis asuntos sexuales, financieros, médicos? Uno tiene que actuar con mucho respeto y delicadeza. Con mucha ética. Mi regla para publicar algo es: si ayuda a que el lector entienda mejor al personaje o a su obra, lo publico. Susan está muerta. Eso lo siente uno en sus archivos, el papel amarillo, las cosas viejas. Lo que quiero con la biografía es hacer de esa persona muerta una figura viva. Que viva en la mente del lector. Cuando publicó la biografía, en septiembre pasado, empezó a generar polémica su afirmación de que Sontag fue quien escribió el libro estrella de su marido Philip Rieff: Freud, la mente de un moralista... Me pareció interesante que eso llamara la atención. Para
mí era algo evidente. Ella se lo había dicho a sus amigos, a su familia. Todos lo sabían. Susan tenía que hacerlo para que la dejara en paz mientras se divorciaba, porque él estaba amenazando con quedarse con el hijo. Así fue: ella lo escribió; tiene su voz, sus ideas. Y mira que él no hizo más que un libro en toda su vida. En cambio, ella escribió lo que escribió. Otro tema que atraviesa las páginas es su sexualidad. La relación que tenía con, o no sé si decir contra, su lesbianismo... Contra está bien. En sus diarios, como a los 14 años, ella ya se dice lesbiana. Y está espantada con lo que eso puede significarle. Se casa muy rápido, precisamente con el señor al que le escribió el libro. Y se separa después de no mucho tiempo. Pero en la sociedad en que ella vivía, que no era diferente al resto del mundo, eso te excluía. Las personas tenían miedo de asumirse. Hoy hemos olvidado que era así. Esa lucha le costó durante toda su vida, le dio infelicidad. La relación con Annie Leibovitz, por ejemplo, es una historia de clóset, de armario. Era algo que yo no entendía: por qué se negaba. ¿Para qué en Nueva York? En el mundo intelectual y artístico a quién le iba a importar. Además todo el mundo lo sabía. Pero Susan nació en los años 30. Ella se había quedado en la manera en que fue educada. Esta es una historia que quise reconstruir no solo para contar su vida. Lo interesante es que es simbólica. Me gustaría que la gente supiera lo que ha costado llegar, por ejemplo, a tener a una lesbiana como alcalde de Bogotá. Es una lucha de mucha gente, de muchas generaciones. No debemos olvidar lo que ha sido esa liberación y lo que eso significaba en las vidas de las personas. Muchas de ellas menos favorecidas que Susan. Del cáncer tampoco habló en primera persona. Y escribió un libro maravilloso sobre el tema, La enfermedad y sus metáforas... Eso es muy raro, ¿no? Ella contó que su mamá le dijo una vez: “Has empezado las últimas tres frases con la palabra yo. Yo, yo, yo. No hables de ti, que eso a nadie le interesa, habla de los demás”. Esa educación la marcó. No era que se escondiera. Ese libro, La enfermedad y sus metáforas, está escrito con una pasión que nadie puede poner en duda. Pero pensaba que no necesitaba exponerse de forma explícita: ya era un texto con tanta agonía. Por eso es que Sontag es tan interesante. Uno ve los dos lados de la cuestión. Por un lado, uno siente que hay que decir “esta es mi vida”, y por otro, notas que no siempre es necesario. Todo el mundo sabía que ese libro era radicalmente personal. Y es muy lindo ver en los archivos la cantidad de gente que le envió cartas para agradecérselo. Hay cientos. Los lectores entendieron muy bien que era un libro sobre ella. Es increíble ver cómo lo que escribió está hoy tan vigente... Cuando publiqué este libro las personas me preguntaban qué actualidad tiene la obra de Susan Sontag. Y yo tenía que explicarlo. Hoy, si tomamos el ejemplo de La enfermedad y sus metáforas, ¿cuántos ensayos han salido recientemente en los periódicos de Estados Unidos sobre ese libro? Porque nos ayuda a pensar la pandemia que afrontamos, el lenguaje que usamos. Por ejemplo, que la enfermedad siempre es extranjera. Bueno, pues tenemos a un payaso en la Casa Blanca que habla del ‘virus chino’. Y vemos los resultados: los asiáticos en Estados Unidos están siendo atacados en las calles. Y ese es un ejemplo chiquito de lo que significa Susan. Porque ella no es el Twitter de alguien que todo el día grita cosas. Es la persona que nos ayuda a ver lo que está por detrás de todo. Por eso vuelve a ser leída hoy. Claro, hubiera querido que no fuera a causa de una pandemia. Pero bueno.
El libro muestra a una persona que está siempre preguntándose y no tiene temor a cambiar de opinión...
Eso es algo que muchos no querían ver. Porque la sentían como alguien que lo sabía todo. Y si hablamos de su inseguridad personal, también es interesante hablar de su inseguridad intelectual, como una persona que no tiene siempre todas las respuestas. Susan está más con las preguntas, por eso nos instiga tanto todavía. Ella piensa y piensa, vuelve y revuelve sobre sus temas predilectos. Busca entender un mundo muy cruel, que es una de las preguntas básicas de su obra: cómo miramos el dolor de los demás, cómo debemos considerar un mundo tantas veces incomprensible. En la biografía se refleja la evolución de una cabeza, de una obra, que no es una cosa estable. En los años 60 ella fue muy procomunista, por ejemplo, muy pro-Fidel, pro-Vietnam; en los 90 el mundo era otro y ella también. No se trata de decir que tenía razón en los 60 y no en los 90, sino de ver cómo una persona se mueve con el tiempo.
Ella piensa y piensa, vuelve y revuelve sobre sus temas predilectos. Busca entender un mundo muy cruel, que es una de las preguntas básicas de su obra
También se ve la importancia que Sarajevo tuvo para ella... Eso para mí es el corazón del libro. Qué puede hacer el artista, el ciudadano, en un mundo en el que todo es sufrimiento, guerra total. ¿Una persona famosa e importante como Sontag qué puede hacer? Lo que hizo fue que llegó a Sarajevo y montó una producción de teatro en un lugar donde no había agua, ni luz, ni baños, poniendo en riesgo su propia vida. Y eso se convirtió en un gesto que nadie olvidó. Hace poco estuve en un mercado popular de Sarajevo y había una mujer vendiendo fruta. Le pregunté si ella sabía quién era Susan Sontag. ¡Y se ofendió! “Por supuesto, cómo no voy a saber quién es. Ella vino aquí y se quedó con nosotros cuando nadie nos hacía caso y nos dejaban matar como a perros en la calle”, me dijo. Quedé impresionado. En Estados Unidos Susan es una figura del mundo intelectual, político, artístico, pero no cualquiera en la calle la conoce. Una mujer en un mercado popular de Chicago o de Los Ángeles no sabe quién es.
¿Qué obra de ella lo ha marcado más a usted? Antes de la pandemia hubiera dicho Sobre la fotografía, un libro que me cambió la vida. He aprendido tanto sobre la manera de ver. Qué podemos fotografiar, qué no. Mi último viaje antes del confinamiento fue a la India. Visité una aldea y vi a una gente que iba en fila, vestida de manera rara. Me di cuenta de que era un entierro. En el medio llevaban a una mujer muerta. Y yo ahí, sacando mis fotos de Instagram, de turista idiota. Y me surgió una pregunta: ¿cómo tienes el derecho de fotografiar a una mujer que no conoces, no sabes su nombre, ni el de su familia, ni si la religión de ella hubiera permitido que se le tomaran fotos? Guardo las imágenes, ¿pero tengo derecho de publicarlas? Todo eso viene después de Susan. Su libro cambió mi visión del mundo. Sin embargo, hoy elegiría La enfermedad y sus metáforas, el más actual que podemos leer. ¿Qué opina de su obra de ficción? Mucha gente que ha querido reducirla habla mal de su ficción. Esa cosa de “era buena para esto, mala para lo otro”. Con esa urgencia de calificar. Para Susan y su generación la novela era el género más importante. Ella tenía la ilusión de ser novelista. Me gusta su ficción. No siempre es buena, pero incluso sus peores novelas son interesantísimas. Muy ricas para pensar. Hoy tenemos una idea de lo que es una novela. En los años 60 ese género era más experimental. Su ficción es una manera de acercarme a ella de una forma que no conocía. Porque yo creo saber lo que es una novela, como creo saber lo que es una lesbiana, o qué es el comunismo, o qué es Estados Unidos, o qué es una mujer. Pero esas cosas han cambiado tanto que solo por una figura como Susan puedes entender lo poco que sabes. Me dio una dimensión mental que sin ella no hubiera tenido.
De las personas que entrevistó, ¿quizá fue Annie Leibovitz la más difícil de encontrar? Ella era una persona clave para mí. Durante quince años fue compañera de Susan. Además de ser una de las mujeres más interesantes de Estados Unidos. Hacer esas entrevistas a veces es una cosa un poco turística: tienes la posibilidad de conocer las mentes más atractivas del mundo. Ya había entrevistado a muchas personas a su alrededor porque ella no quería hablar conmigo. Y un día, después de cinco años de intentarlo, yo estaba en París y alguien me llamó y me dijo que Annie estaba dispuesta a conversar. Al día siguiente. En Nueva York. ¡Cómo iba a decirles que estaba al otro lado del mundo! Me fui directo al aeropuerto. Tenía muchas millas, porque hacer una biografía de Susan Sontag te da muchas millas. Llegué a la mañana siguiente a su estudio. Al principio estaba distante. Sabía que el hijo de Susan había dicho cosas sobre ella que desde su punto de vista no eran verdad. Al final me habló durante horas y pude sentir el amor que tenía por Susan. Porque esa fue una relación que muchos no entendieron. Se peleaban, había mucho drama. La imagen de lo que vivieron las dos me cambió cien por ciento. Es la primera vez que se cuenta esa historia.
¿Cómo era la relación de Susan Sontag con la muerte? Sobre eso también había mucha mitología. Decían que ella se negaba a morir, imponiéndole un narcisismo que no era real. Susan sabía muy bien qué era la muerte. Pero había vencido el cáncer dos veces, la primera a los 42 años, cuando estuvo casi condenada a morirse. Nadie esperaba que sobreviviera, y sobrevivió. La segunda vez también. Entonces, en la tercera, ella tenía la esperanza y sentía la obligación de hacer todo para intentarlo. Luchó de forma heroica. A los 71 años, murió. Cuando ella tuvo el primer cáncer, en 1975 –un cáncer de seno, que es una parte sexualizada de la mujer–, había una vergüenza total y las personas se dejaban morir porque no querían hablar de eso. Era algo general. Clarice Lispector murió en el 77 sin que nadie le dijera que tenía cáncer. Eso no se decía, esa palabra no se nombraba. Susan luchó toda su vida precisamente contra esa mitificación.
Usted escribió las biografías de dos mujeres excepcionales. ¿Eso lo cambió en algo?
Te digo: yo hice un doctorado, y es muy poco lo que aprendí en él en comparación con lo que aprendí al hacer las biografías. Ellas están conmigo todo el tiempo, siempre, presentes en mi vida. Ha sido un privilegio conocer sus vidas y sus obras. Y mi esperanza es que mucha más gente las conozca. Es el servicio que puedo brindar a dos personas que quiero tanto. Aprender con estas mujeres me ha cambiado la vida de una forma más honda de lo que pueda describir.
Fuentes:
Comments