Óscar Sánchez Vadillo
Recuerdo que en De la Tierra a la Luna Julio Verne llama a la misma, a la Luna, “el sol de los lobos”. Creo, sin desafiar al grande, que no está bien pensado. Los lobos aúllan a la Luna porque es de noche, de noche bien entrada, y lo que quieren comunicar al abismo, es decir, a la inmensidad, al universo sin fondo, es algo así como “¿Qué creías? He podido con otro día más, pese a todo lo que has lanzado contra mí, veamos qué me tienes preparado para mañana...”. Es como si el aullido del lobo fuera el amor fati del lobo, su manera de amar y a la vez odiar al Destino. Otros animales no son tan desafiantes, la oveja inclina la cerviz ante la fatalidad, la tortuga es el funcionario tenaz de la naturaleza, y el pingüino se balancea de por vida por amor cándido a su pareja, pero el lobo no. El lobo se yergue y protesta, o por lo menos se significa frente al Todo. El lobo tiene que buscarse la vida, trocha tras trocha, broza tras broza, así que pregona su rebelión camusiana a la Luna llena, cuando acaba el día, porque no es justa esta vida tan azacaneada, y si lo fuera, entonces hay que cantar de vez en cuando victoria, como aúlla un moribundo Roy Batty al final de Blade runner. Se aúlla al infinito, ¿a qué si no?, precisamente porque rezando en silencio y con recogimiento al infinito como un monje o San Francisco de Asís resulta que el infinito es medio sordo y no te escucha una puta mierda. No se aúlla a la tierra, la tierra se halla bajo las patas del lobo, de la tierra crecen los vivos y allí se absorben los muertos, a la tierra que la canten las lombrices. La Estrella Polar es el verdadero destinatario del aullido, porque el lobo no concibe horizontes más lejanos, aunque los hay, y muchísimo más remotos, pero qué más da….
Tras aullar, el lobo, o la loba, reciben el eco unánime de sus congéneres, y luego se echan a dormir sobre el suelo, sin pijama, sin pelliza, sin almohada, sin colchón, sin chupete y a menudo sin cenar. Durante otra jornada han luchado, han sufrido y han matado, mañana será otro día de penar y de cazar de nuevo. Jack London escribió mucho sobre estas cosas, pero ya no me acuerdo, sólo recuerdo que todas eran pura devastación e intemperie, excepto Colmillo blanco, que terminaba en manos de un Dios benéfico al que ya por fin no había que aullar más. Pero joder qué mal lo pasaba antes, una larga vida de boxeador sonado del mordisco implacable. Félix Rodríguez de la Fuente sentía hacia los lobos una gran predilección, pero únicamente los comprendió bien a fondo, me parece, cuando su avioneta se precipitaba sin control sobre la montaña helada. Los lobos, y las lobas, o al revés, aúllan porque las estrellas, en su aparente reinado majestuoso y hierático, se burlan de ellos recordándoles que morirán, y que son frágiles y vulnerables. El aullido, sinuoso y profundo, replica con furia y orgullo que las estrellas permanecen, pero porque jamás se la juegan. En puridad, el aullido de los lobos, y de la mayoría de los perros que les son consanguíneos, expresa más realidad que un billón de supernovas, que podrán ser inmensas y cegadoras, sí, pero que estallan mecánicamente en vez de extinguirse tras un vida dura, intensa y triste como la de los lobos.
Los humanos son temerariamente poderosos, eso es seguro, nada podrá nunca siquiera igualarlos. Pero son congénitamente estúpidos, y más sabe el lobo por lobo que por lo que ha desconfiado en nuestra peligrosa cercanía. Si los hombres fueran la mitad de sabios que los lobos aullarían las noches de luna llena, en vez de emborracharse, bostezar y dormirse frente a la tele…
Comments