Adolescencia (la madre de la ciencia), la serie
- filosofialacalle
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Óscar Sánchez Vadillo
Logré desvanecer de mi espíritu toda esperanza humana.
Sobre toda alegría para estrangularla
di el salto sordo de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder, mientras agonizaba,
la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas, para ahogarme con la arena, la sangre.
La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del
crimen. Y le di buenos chascos a la locura.
Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno
Coloco ese subtítulo porque me recuerda un poco a mis tiempos de colegio, cuando en el Ramiro de Maeztu de Madrid -bien lo sabe nuestro señor presidente- la afición del equipo de basket Estudiantes era conocida como la Demencia, que ellos (yo la frecuentaba poco, porque me daban algo de miedo, y no sin razón) calificaban como “la madre de la ciencia”. Pero es que en la famosa serie de Netflix que va de boca en boca últimamente también es un poco así. La severa psicóloga que atiende al chaval en torno al que gira todo posee sin duda la ciencia más sublime, puesto que en el tercer episodio le bastan 40 minutos -de magníficas interpretaciones actorales en plano secuencia, todo hay que decirlo- para que todos miremos a través del agujero de la cerradura de su precoz y feroz alma bien a fondo. El personaje del chico es listo, inusitadamente listo, pero ella, en su calidad de exorcista, más. El Diablo a exorcizar, en el presente caso, son las redes sociales -suciales-, y el Infierno los clubes de hombres hetero resentidos que constituyen el ejército informal de los llamados “incels”, célibes involuntarios. No lo supimos ver, pero este tipo de gente viene a tomarse la revancha de las conquistas del feminismo, y no por la vía discursiva precisamente...
El primero que no lo supo ver en esta serie fue el padre del niño, ese tipo con aspecto de bruto que conocimos de nacionalista chungo en This is England (película de culto pero de segunda división que se puede ver doblada en Youtube). Pero ni él ni nadie lo habría adivinado fácilmente, a decir verdad, porque cuando suceden cosas buenas a pocos se les ocurre pensar qué nuevas sombras genera esta luz, y qué tipo de criaturas se arrastran en ellas. Los “incels” me recuerdan a la ópera prima de Alex de la Iglesia, Acción mutante, donde una liga de feos y deformes comandados por Antonio Resines querían vengarse de los guapos y acaudalados. En Adolescencia tienen lugar varias inverosimilitudes, y si la primera de ellas es que el chaval es demasiado listo -soy profesor, créase que sé lo que me digo-, la segunda es que es demasiado guapo como para jugar a ser feo. Pero claro, es que EE.UU., y parece que también el Reino Unido, tienen en su contra esa maldita, ¡diez veces maldita!, manía (cuya causa económico-social está más clara que el agua destilada) de convertir los institutos en un puñetero concurso de popularidad permanente. Es por eso, por ejemplo, que hay tantos tiroteos en los centros escolares de EE.UU., mientras que apenas ocurre otro tanto en Canadá, donde las armas son igualmente legales. Dice el refrán que tantos palos se le pegaron al lobo que cuando por fin mordió fácil fue llamarle entonces agresivo. Pues eso es lo que ocurre, tal y como yo lo veo, con esa humillación constante a que son sometidos tantos adolescentes en los países ricos y protestantes, una humillación que supera con mucho, también en lo psicológico, a la que de toda la vida se ha sufrido entre los escolares de otras regiones del mundo. A su lado, las novatadas son veniales y hasta graciosas…
Esta serie quiere ponernos en alerta, y quiere también curar a los padres en salud, pero esto último no lo consigue, porque en su propio decurso ya nos advierte de que es imposible tener controlado el flujo maligno que bien pudiera convertir a tu hijo en un monstruo. No me parece del todo cierto: todos somos muy bocazas, y los adolescentes no menos, ya que creen que tienen mucho por demostrar. No importa: Adolescencia, de Netflix, pretende actuar como una vacuna. Pero es una vacuna harto abstracta, dado que no se proponen soluciones, como por ejemplo los serían los controles externos de los contenidos de las redes (y no únicamente de los bellos nipples), el penalizar gravemente las campañas violentas y los bulos o, tal vez, como se ha propuesto, asociar los alias a un DNI determinado. En esta serie sólo se llora mucho, y ya.
En este sentido, me recuerda a lo que decía Bertrand Russell de los pensadores y poetas románticos (en su Historia de la Filosofía Occidental, que vendió tanto que le sacó de apuros y de Acción mutante): siempre estarán dispuestos a hacer caridad en la Cañada Real y verter lágrimas, pero no les pidas que escriban o que secunden una denuncia formal contra la pobreza. Adolescencia está muy bien, a su exagerada manera, pero temo que trata acerca de eso: del sutil arte de no hacer nada...
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